En 2007, en París, hubo un canto que estremeció al rugby, un canto que selló una frontera y, desde entonces, se supo que nada volvería a ser como antes. Los Pumas, abrazados unos con otros, convirtieron al Himno en una promesa. No pedían gloria; se la estaban jurando a sí mismos. Y ese bronce, celebrado como oro, quedó como cicatriz y como llave para imaginar otro destino.
De ese día nació un camino. No alcanzaba con un recuerdo inolvidable; había que convertirlo en hábito. Fue Agustín Pichot quien golpeó las puertas del poder hasta lograr que Argentina ingresara al Tres Naciones. Desde 2012, el torneo pasó a llamarse Rugby Championship, y desde entonces Los Pumas dejaron de mirar desde afuera y se sentaron, con la frente alta, en la mesa de Nueva Zelanda, Sudáfrica y Australia.
“Al principio fue duro, porque era una competencia distinta, a la que no estábamos acostumbrados”, recordó Gabriel Travaglini, presidente de la UAR, en diálogo con LA GACETA. “Desde ahí empezamos a construir un camino que hoy es patrimonio del rugby argentino”, afirmó.
El aprendizaje
Los primeros pasos fueron un castigo. Derrotas apiladas, viajes interminables. El marcador se volvía cruel, pero al mismo tiempo nacía la certeza de que crecer duele, y que resistir era también una forma de jugar.
De esa escuela nacieron postales inolvidables. En Mendoza, después de tantos golpes, la gente explotó de alivio contra Australia. Un viaje a Durban donde, por primera vez, Sudáfrica se inclinó ante la camiseta celeste y blanca. En Salta, la noche parecía destinada a la resignación hasta que un penal en el final torció el guión. Y aquel 2020 en el que, en estadios mudos por la pandemia, Los Pumas derrotaron a los All Blacks y el mundo entero se detuvo a mirarlos. Cada victoria se volvió una marca destinada a no borrarse.
Después llegaría Christchurch, en plena tierra maorí, donde los All Blacks vieron caer su fortaleza ante un equipo argentino que se animó a derribar lo intocable. Y en 2024, el año de los imposibles, Los Pumas vencieron a las tres potencias en una misma edición y el horizonte se abrió un poco más.
“Ese fue un paso muy importante”, expresó Travaglini. “Con el correr de los años fuimos mejorando, siempre en base a los cimientos que pusimos al inicio del Championship”, agregó.
El Rugby Championship 2025 arrancó como tantas veces: contra los All Blacks. Y el resultado no fue el ideal para el seleccionado nacional. Nada inesperado en un torneo que nunca concede facilidades. Lo que sí permanece es la pregunta que se renueva cada temporada: ¿qué lugar ocupa Argentina en este sur que exige excelencia constante?
Travaglini lo explicó con sencillez. “Lo económico no es determinante al ponerse la camiseta argentina”, dijo. “La diferencia está en la experiencia de las potencias. Nosotros vamos en ese camino. Lo mental es clave, lo que permite sostener la concentración y tomar buenas decisiones. Y en el rugby siempre hay revancha”, subrayó.
Del “Parque de los Príncipes” en 2007 al Rugby Championship de 2025 se tiende un lazo que enlaza la emoción de aquel bronce con la madurez de un equipo que aprendió a convivir con gigantes. Trece años de golpes, alegrías y aprendizajes moldearon a un seleccionado que dejó de ser sorpresa o invitado, para abrirse paso y formar parte de la geografía del rugby del sur.
La copa todavía no está en las vitrinas. Pero acaso el verdadero trofeo sea este: haber convertido un recuerdo en destino, haber hecho del dolor inicial un hábito de competencia. Cada vez que Los Pumas cantan el Himno, el juramento de 2007 vuelve a cumplirse. Y el Rugby Championship es el escenario en el que esa promesa, año tras año, sigue escribiéndose.